La letalidad de la Obesidad en el mundo duplica las muertes por COVID-19
Hasta la fecha aproximadamente 1,7 millones de personas han fallecido a nivel mundial a consecuencia de la COVID-19, un dato sin duda alarmante…sin embargo, según el último informe del Banco Mundial actualmente la Obesidad es responsable de 4 millones de muertes en todo el mundo cada año.
Con origen en EEUU y Europa desde 1975 coincidiendo con la expansión de las grandes cadenas de comida rápida y la mejora de los procesos productivos de la industria alimentaria se ha triplicado en todo el mundo posicionándose como uno de los principales problemas de salud, así en 2004 se etiquetó como epidemia del siglo XXI.
En España, es la segunda causa de mortalidad que puede ser evitada sólo por detrás del tabaquismo, y que afecta a todas las edades y ambos géneros. A pesar de los datos alarmantes, se ha instalado una cultura en la que la obesidad es vista como un simple problema estético, sin embargo, es importante entenderla como una enfermedad crónica de origen, un problema de grandes dimensiones y complejo de atajar, ya que existe una correlación entre obesidad y otras patologías como diabetes tipo II, hipertensión, hipercolesterolemia, enfermedades vasculares y coronarias, hígado graso, y además existe hasta un 50% de posibilidades de padecer cualquier tipo de cáncer, especialmente de mama, ovario, colon, hígado, páncreas, estómago y riñón.
No menos importante son los problemas psicológicos que padecen muchos de estos pacientes, por lo tanto, su tratamiento debe abordarse desde una perspectiva multidisciplinar, donde el trabajo del entrenador/ra, nutricionista, médico/a y en muchos casos psicólogo/a esté coordinado.
Existen tres factores a tener en cuenta en el tratamiento de personas con obesidad y son la alta tasa de abandonos, el escaso éxito de la dietas y la dificultad de mantener el peso perdido, aquí la adherencia juega el papel más importante de todos.
Indudablemente,las estrategias empleadas con cada persona dependerá de sus objetivos, los cuales han de ser medibles, pero también qué o cuáles pueden ser las contraindicaciones que pueden tener estos sujetos a la hora de realizar ejercicio físico, por eso, como parte de la planificación del entrenamiento antes de nada hay que realizar una evaluación integral de la persona: presión arterial, analítica sanguínea, análisis de la composición corporal, historial de lesiones osteoarticulares, calidad de vida, capacidad cardiovascular, test de movilidad y monitor de actividad diaria. Pero además en población obesa es muy recomendable medir otros parámetros como por ejemplo cuadriceps, rodilla, bíceps y pectoral, calidad del sueño, test de fuerza manual, test postural estático.
Aunar dieta y ejercicio físico siempre es lo más conveniente, si bien es cierto que en personas obesas de grado III en adelante, una estrategia inicial basada solo en una restricción calórica puede resultar más efectiva en cuanto a la pérdida de peso, ya que estas personas, al estar tan limitadas en cuanto a movilidad quedan limitadas también en lo que a entrenamiento se refiere, produciéndose una pérdida de peso más lenta que puede llegar a ser frustrante. Emplear como única estrategia, en fases iniciales (y lo recalco) puede producir una pérdida de peso mayor, lo que puede resultar más motivador para la persona. Pero no debemos olvidar que, en fases posteriores, debemos ir incluyendo pequeñas dosis de actividad física y de ejercicio, para evitar la pérdida de masa muscular y que el metabolismo basal descienda.
Es importante concluir que cualquier aumento de la actividad física es buena para la Salud, pero no hay que olvidar que la batalla contra la obesidad no es solo de un día.